De Juba a Tali en época de lluvias

Por Luis E. Larra Lomas

Estamos a punto de dejar Juba rumbo a Rumbek gracias a una línea aérea humanitaria de la ONU. Por carretera el trayecto nos llevaría varias horas, en avión apenas serán 55 minutos. Después de una semana en Juba, cuando ya parece que empiezas a familiarizarte con la ciudad y sentir un poco más cerca a sus gentes, toca hacer la maleta.

Las últimas jornadas aquí han sido especialmente intensas. Durante tres días hemos estado prácticamente incomunicados. Ha sido el tiempo que hemos empleado en llegar, permanecer y regresar de la misión de Tali, que dista unos 250 kilómetros al noroeste de Juba y para los que se emplean al menos ocho horas de viaje. Pero ha merecido la pena, ya lo creo.

El cambio espectacular que ha experimentado Juba en los últimos cinco años no ha llegado al interior de la provincia de Ecuatoria Central, ni mucho menos. Se nota nada más dejar la capital de Sudán Meridional, justo donde acaba el asfalto y empieza un tortuoso camino de baches, agujeros, hondonadas, boquetes… No hay tregua para el viajero, son ocho horas de traqueteo continuo. La pericia del conductor no está en evitar los baches (algo del todo imposible) sino en coger los menos perjudiciales para el vehículo y sus ocupantes.

Pero las incomodidades del viaje se suplen y con creces con la espectacularidad del paisaje: aquí estamos en la estación de las lluvias y el verdor intenso, la vegetación frondosa y el color rojizo de la pista de tierra proporciona una visión placentera y agradable, sólo interrumpida cuando el bote sobre el asiento es más pronunciado que el anterior…

La inestabilidad y la incomodidad nos producen gracia (la comparamos con una atracción en el toro salvaje de una feria) pero esta hilaridad se torna en silencio y admiración a medida que nos acercamos a la misión de Tali: cómo es posible que aquí, en el Sudán Meridional más profundo, donde habitan los mundare, una comunidad de cuatro misioneros combonianos, dos alemanes y otros dos italianos, dediquen los días y las horas a este pueblo de pastores.

Y no es la primera vez que lo hacen porque volvieron en 2008 después de 50 años de ausencia. Hace cinco décadas tuvieron que abandonar la misión por causas ajenas a ellos y aunque ahora no han regresado al mismo lugar que dejaron, donde todavía se mantienen las cuatro paredes de la iglesia, a unos ocho kilómetros de allí, al otro lado del río, han plantado su choza como el resto del pueblo y viven en cabañas como ellos.

Ha sido poco el tiempo que hemos estado en Tali (una jornada de ida, otra de estancia y una tercera de vuelta), pero suficiente para valorar, reconocer y admirar el trabajo misionero de primera evangelización en un lugar de frontera que durante más de dos décadas ha conocido la dureza de la guerra entre el norte y el sur, pues en esta zona estaba precisamente uno de los frentes de batalla más sangrientos. La comunidad ha comenzado hace dos meses una escuela donde los más pequeños reciben lecciones a la sombra de un enorme árbol sobre cuyo tronco se apoya una pizarra, otros dos grupos estudian bajo sendas chozas (con tejado de paja pero sin paredes) y el cuarto lo hace dentro de la iglesia.

Dos noches hemos dormido en las cabañas de la misión, protegidos por un generoso cielo estrellado. Nos despertamos con el canto del gallo y al sonido de la campana y, tras hacer uso de la letrina (si fuera el caso) y de la ducha con barreño, pasamos un día en la vida de tres de los cuatro combonianos que aquí encarnan su pasión misionera. Prácticamente para todos es su primera experiencia misionera, son jóvenes, tienen fuerza, vitalidad y energía, y están muy felices de haber encontrado en Tali su lugar en el mundo.

Acerca de Entre Kenia y Sudán Meridional

Los redactores de la revista Mundo Negro Luis Esteban Larra y África González nos cuentan su viaje por Kenia y Sudán Meridional.
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