Viaje a la región Pokot

Por África González Gómez

Salimos de Nairobi a las 7.30 de la mañana, para emprender nuestra última etapa del viaje, rumbo a la región Pokot norte, al noroeste de Kenia, frontera ya con Uganda. De Nairobi a Amakuriat , nuestro lugar de destino hay 560 km2 de distancia. Los primeros 440  kilómetros  -hasta Kapenguria- son asfaltados, pero los últimos 120 kilómetros la carretera es de tierra, y como estamos en la estación de lluvias, los barrizales, charcos, socavones y demás familia abundan por doquier. Volvemos de nuevo a los tumba-retumba y los saltos y sobresaltos, pero esta vez añadiéndole un nuevo elemento en esta carrera de obstáculos: los innumerables ríos -más de 40 antes de llegar a nuestro destino!-  que a veces hay que atravesar o esperar a que baje la crecida, si ha llovido recientemente.

Poco después de dejar Nairobi comenzamos a disfrutar de un paisaje impresionante en donde predominan los eucaliptus, cipreses y acacias, que se alternan con extensas plantaciones de maíz. Por el camino, el P. Felipe Castrejana que nos acompaña en nuestro periplo  un excelente conductor y conversador sereno, buen conocedor de la cultura pokot pues trabajó más de 10 años entre ellos- nos va explicando algunas de las costumbres tradicionales todavía aún muy arraigadas entre los pokot.

Entre tanto dejamos a nuestra izquierda el lago Naivasha uno de las atracciones turísticas de Kenia, famoso por sus flamencos y otros animales exóticos. Le seguirá Nakuru, la 5ª ciudad más grande de Kenia, también conocida por su maravilloso entorno natural.  Pasamos por  El Doret, Makutano, Kapenguria, Kacheliba, y a medida que nos dirigimos más al norte las huellas de ciudad como las entendemos en Occidente van desapareciendo, y los núcleos de población se convierten en 6 o 8 chiringuitos afilados a lo largo de la carretera, con pocas personas en movimiento, eso sí, nos asegura Felipe, la gente vive diseminada en sus chozas no visibles desde la carretera.

Por el camino y para tener entretenida la vista entre bote y rebote pudimos contemplar vacas y cabras, principal ganado de los pokot, además de varias manadas de dromedarios, babuinos, titís, y el famoso dik-dik, el animal más pequeño de la familia de los antílopes. El P. Felipe nos asegura que por la zona también hay guepardos e hienas, pero tuvimos la fortuna de no cruzarnos con ninguno.

Por fin, tras 12 horas de viaje llegamos a nuestro destino, la misión de Amakuriat.

Desde Amakuriat los misioneros combonianos atienden 35 capillas, en un territorio que se extiende unos 5.500 kilómetros cuadrados en el que pueblan más de medio millón de personas. Estamos muy cerca de la frontera con Uganda, donde habitan los turkana. En un pasado bastante reciente los pokot y los turkana, ambos pueblos pastores, estaban todo el día a la gresca con el robo de vacas, una actividad que se considera legítima puesto que ambos pueblos consideran que Dios los ha concedido el privilegio de ser los dueños de las mismas. Sin embargo en los últimos años, gracias a un acuerdo del gobierno de Uganda y Kenia las razzias de ganado han desaparecido, según nos cuenta el P. Tomás Herreros, nuestro anfitrión y párroco de la misión.

Y es que las vacas son el principal patrimonio y riqueza entre los pokot, como sucede entre otras culturas de pastores como los nuer, dinka, turkana, gabra…

Por ejemplo, a la hora de casarse, las vacas tendrán que ver mucho en el asunto.

La adolescente -pues aquí las chicas son casaderas desde el momento que han realizado el rito de la iniciación de las chemeri, a los 14 o15 años- no podrá decidir según sus gustos, preferencias o simpatías hacia algún muchacho. No, el que decide el futuro esposo de la chica, es o su padre o el padre del presunto “novio”. Ambos serán los encargados de la negociación de la dote, que hará con un determinado número de vacas. Desde el momento que el padre del novio habla con el padre de la supuesta novia para informale de su interés por su hija, comienzan una serie de reuniones para determinar la cantidad de vacas que pagará por la dote. Durante un tiempo el padre del novio mandará a sus “espías” para que vigilen el comportamiento de la chica, su carácter, sus actuaciones, y así negociar si merece más o menos vacas. Los padres de ambos, regatearán, el de ella intentará resaltar las virtudes y belleza de su “niña”, el de él sacará defectos para rebajar el montante final de vacas… Estas deliberaciones pueden duran meses e incluso un año, según nos cuenta el P. Felipe.

Al final se hace la comunicación oficial del futuro “enlace”. El día acordado por los padres, el chico visita a la chica para conocerse, pero ésta escapa y huye, como manda la tradición. Los tiyos – chicos ya iniciados- tendrán que ir con sus colegas a buscarla… La raptarán y después el chico pasará la noche con ella. A partir de entonces se pueden considerar esposos. Eso sí, si la mujer no vale para traer hijos al mundo, puede ser rechazada y el padre del chico reclamará el montante de vacas qe ha entregado por ella. Porque aquí,  al igual que en todas las culturas tradicionales africanas,la principal función de la mujer en la cultura pokot, es ser madre.

Y de maternidad precisamente sabe mucho la H. Gabriela, misionera comboniana de la misión, que como encargada del dispensario ha ayudado a dar a luz a centenas de bebés pokot. El último precisamente durante nuestra estancia allí. La recién nacida se  llama Yeko –que significa que nació de madrugada-  y es una preciosísima niña de siete meses,, que pesó algo menos de kilo y medio. Gracias a los cuidados y desvelos de la  H. Gabriela – le ponía cada 3 horas dos bolsas de agua caliente y la mantenía envuelta en tres mantas- la vida de Yeko estaba ya fuera de peligro, poco antes de nuestro regreso. Y es que a falta de incubadora y de unidad de neo-natología, la H. Gabriela ha puesto todo su corazón y su cariño, además de una buena dosis de confianza en la Providencia, para que el milagro de la vida continúe realizándose en Yeko.

Con la esperanza de que Yeko disfrute de una vida más digna que su madre y abuelas, nos despedimos de este blog… no sin antes recordaros que en nuestra revista Mundo Negro podréis seguir conociendo el increíble empeño de tantos misioneros que gastan y desgastan su vida a favor de la dignidad de los pueblos dinka, mondori o pokot. …Hasta entonces, pues.

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En el punto de mira

Por Luis E. Larra Lomas

De nuevo estamos en Nairobi. La capital keniana ha sido nuestro “campamento base”, el punto de llegada y de salida hacia Sudán Meridional y la zona Pokot, en el noroeste de Kenia, junto a la frontera con Uganda, a casi 600 kilómetros de Nairobi. Aquí permaneceremos tres días hasta nuestro regreso a Madrid el 30 de julio, fin de nuestro viaje. Estamos en Nairobi después de pasar los últimos cuatro días en la región Pokot, donde vive este pueblo de pastores. Todo es Kenia, pero parecen dos países distintos: es como pasar de la “Kenia profunda” a la ciudad, de un lugar “primitivo” y “originario” a una de las capitales más significativas del continente africano.

Dicen que Nairobi es una ciudad peligrosa para propios y extraños, de día y de noche. Pero aún así me atrevo a recorrer sus calles en busca del centro de la ciudad. Al fin y al cabo son las 2 de la tarde, la hora de la siesta… Desde la sede de New People Media Centre, donde nos alojamos, hasta Nairobi Town, el centro, se tarda una hora a paso normal, fundamentalmente a través de Ngong Road, una de las arterias más importantes de la ciudad. Tragando humo del malo, observando los atascos kilométricos y cruzando calles con los ojos bien abiertos llegas al centro de la ciudad.

Nada más pasar las sedes de algunos ministerios te topas con el parque central, un espacio natural de grandes dimensiones con un pequeño estanque con barcas de recreo en medio. Un poco más allá está la catedral de la Sagrada Familia, construida en 1963, un edificio alto con una torre-campanario más alta todavía. Al entrar te sorprende la altura y la capacidad. Domina el hormigón en paredes y cubierta, pero tanto en la cabecera como en el crucero se abren grandes ventanales de colores que rompen la monotonía del cemento. Detrás del presbiterio hay dos pinturas, a derecha e izquierda, enfrentadas, de San Daniel Comboni, precursor de la evangelización del África Central, y ¡sorpresa! de San Josemaría Escrivá de Balaguer, como lo leen. Desconozco si Escrivá estuvo por aquí, pero lo cierto es que en la catedral está su imagen desde que fuera canonizado en 2002.

Pese a la amplitud del interior, nada más entrar en el templo se respire un ambiente acogedor, de oración y de serenidad. De hecho hay varias personas rezando, sentadas y de rodillas, algunas con un libro o un rosario en la mano. Entre las largas filas de bancos parece que su presencia es insignificante, pero allí están. Además, me sorprende que la mayoría sean jóvenes y casi todos chicos. Puede que sea casualidad.

Al regresar a casa por el mismo camino, pero más cargado de coches y de gente que a la ida porque es casi la hora punta de la salida de los trabajos, pienso en este viaje que estamos a punto de concluir. Me viene a la cabeza que hemos visitado dos países que estarán en el punto de mira internacional en los próximos meses y ambos por el mismo motivo: la celebración de sendos referendos.

En el caso de Kenia es para la reforma de la Constitución, una cita que tendrá lugar el próximo 4 de agosto. En juego está la propiedad de la tierra (un problema muy serio en este país) y otros cambios estructurales que afectan a la política, la sociedad y la economía. Los ánimos están algo encendidos (también en la prensa local) y de hecho algunos pronostican que puedan reproducirse los enfrentamientos de enero de 2008 tras las elecciones generales entre los distintos grupos étnicos (kikuyos y luos, principalmente), que provocaron cientos de muertos y miles desplazados internos. Algunos de esos enfrentamientos tuvieron lugar precisamente por las calles que he recorrido.

El otro caso es el de Sudán Meridional, donde está prevista la celebración de un referéndum en enero de 2011 para decidir si permanecen unidos al país o se separan del resto de Sudán. Aquí, si cabe, la convocatoria es más importante porque si fracasa el “sí” a la secesión (algo que parece impensable, salvo maniobras de última hora de Jartum) podría volverse a la guerra que enfrentó al norte con el sur durante 22 años, hasta la firma 2005 del Acuerdo Comprensivo de Paz. Esperemos que en ninguno de los dos casos se produzca más violencia, pero, sea como fuere, estaremos en Mundo Negro para contárselo.

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De Juba a Tali en época de lluvias

Por Luis E. Larra Lomas

Estamos a punto de dejar Juba rumbo a Rumbek gracias a una línea aérea humanitaria de la ONU. Por carretera el trayecto nos llevaría varias horas, en avión apenas serán 55 minutos. Después de una semana en Juba, cuando ya parece que empiezas a familiarizarte con la ciudad y sentir un poco más cerca a sus gentes, toca hacer la maleta.

Las últimas jornadas aquí han sido especialmente intensas. Durante tres días hemos estado prácticamente incomunicados. Ha sido el tiempo que hemos empleado en llegar, permanecer y regresar de la misión de Tali, que dista unos 250 kilómetros al noroeste de Juba y para los que se emplean al menos ocho horas de viaje. Pero ha merecido la pena, ya lo creo.

El cambio espectacular que ha experimentado Juba en los últimos cinco años no ha llegado al interior de la provincia de Ecuatoria Central, ni mucho menos. Se nota nada más dejar la capital de Sudán Meridional, justo donde acaba el asfalto y empieza un tortuoso camino de baches, agujeros, hondonadas, boquetes… No hay tregua para el viajero, son ocho horas de traqueteo continuo. La pericia del conductor no está en evitar los baches (algo del todo imposible) sino en coger los menos perjudiciales para el vehículo y sus ocupantes.

Pero las incomodidades del viaje se suplen y con creces con la espectacularidad del paisaje: aquí estamos en la estación de las lluvias y el verdor intenso, la vegetación frondosa y el color rojizo de la pista de tierra proporciona una visión placentera y agradable, sólo interrumpida cuando el bote sobre el asiento es más pronunciado que el anterior…

La inestabilidad y la incomodidad nos producen gracia (la comparamos con una atracción en el toro salvaje de una feria) pero esta hilaridad se torna en silencio y admiración a medida que nos acercamos a la misión de Tali: cómo es posible que aquí, en el Sudán Meridional más profundo, donde habitan los mundare, una comunidad de cuatro misioneros combonianos, dos alemanes y otros dos italianos, dediquen los días y las horas a este pueblo de pastores.

Y no es la primera vez que lo hacen porque volvieron en 2008 después de 50 años de ausencia. Hace cinco décadas tuvieron que abandonar la misión por causas ajenas a ellos y aunque ahora no han regresado al mismo lugar que dejaron, donde todavía se mantienen las cuatro paredes de la iglesia, a unos ocho kilómetros de allí, al otro lado del río, han plantado su choza como el resto del pueblo y viven en cabañas como ellos.

Ha sido poco el tiempo que hemos estado en Tali (una jornada de ida, otra de estancia y una tercera de vuelta), pero suficiente para valorar, reconocer y admirar el trabajo misionero de primera evangelización en un lugar de frontera que durante más de dos décadas ha conocido la dureza de la guerra entre el norte y el sur, pues en esta zona estaba precisamente uno de los frentes de batalla más sangrientos. La comunidad ha comenzado hace dos meses una escuela donde los más pequeños reciben lecciones a la sombra de un enorme árbol sobre cuyo tronco se apoya una pizarra, otros dos grupos estudian bajo sendas chozas (con tejado de paja pero sin paredes) y el cuarto lo hace dentro de la iglesia.

Dos noches hemos dormido en las cabañas de la misión, protegidos por un generoso cielo estrellado. Nos despertamos con el canto del gallo y al sonido de la campana y, tras hacer uso de la letrina (si fuera el caso) y de la ducha con barreño, pasamos un día en la vida de tres de los cuatro combonianos que aquí encarnan su pasión misionera. Prácticamente para todos es su primera experiencia misionera, son jóvenes, tienen fuerza, vitalidad y energía, y están muy felices de haber encontrado en Tali su lugar en el mundo.

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Monstruos de la Misión

Por Luis E. Larra Lomas

Ya dijo alguien que “el sueño de la razón produce monstruos”, y yo, parafraseando esta frase que da título al célebre grabado de Goya, afirmo que el sueño de la Misión también produce monstruos… misioneros, por supuesto. Aquí, en Juba, se pueden ver algunos de ellos.

Así, por ejemplo, la Hna. Paula Moggi, una comboniana italiana que coordina la red de emisoras de la Radio Católica de Sudán Meridional. Esta misionera, pequeña de estatura pero grande en humanidad, tiene que “pelear” con los políticos y con los obispos del sur de Sudán para hacer ver a unos y a otros, aunque por distintos motivos, la necesidad de la radio como instrumento al servicio de la evangelización y de la identidad del pueblo sudanés del sur. Con una amplia sonrisa y un entusiasmo contagioso, la Hna. Paula tiene claro que lo más importante en este momento para la Iglesia y la sociedad en Sudán Meridional no es correr solos sino caminar juntos, como nos decía en nuestro encuentro con ella.

Otro ejemplo de esfuerzo misionero titánico que hemos conocido durante nuestra estancia en Juba: el del jesuita norteamericano Michael Schueltheis, vicecanciller de la Universidad Católica de Sudán. A él se debe, a petición de los ocho obispos sudaneses sureños, la puesta en marcha de esta institución académica, que desde hace dos años ofrece formación de momento a un reducido grupo de estudiantes en Juba y Wau en condiciones precarias pero dignas.

Me dicen que este religioso experto en Economía vive en una habitación que sería una vergüenza para cualquier autoridad académica europea de su mismo rango, pero, con la experiencia de haber hecho algo similar anteriormente en Ghana y Mozambique, elabora los planes de estudio, busca profesores en otros países, monta contenedores que sirven de biblioteca y muestra el proyecto del nuevo edificio de la universidad convencido de que el futuro de Sudán Meridional pasa por una formación universitaria de calidad.

Una de las muestras misioneras más novedosas ha sido la de los religiosos y religiosas del proyecto Solidaridad con Sudan Meridional (SSS), una iniciativa aprobada en 2004 por los superiores y las superioras generales durante la celebración en Roma del Congreso Internacional de Vida Consagrada, de la que ya les ha hablado África, mi compañera de viaje. La iniciativa se puso en marcha poco después de aquel año y ha dado como resultado, entre otros, un cambio de paradigma en la vida religiosa que, no por nada, ha tenido que venir de esta zona del continente africano. Se trata de una comunidad mixta, intercongregacional y multicultural, es decir, de una fraternidad de religiosos y religiosas de diferentes congregaciones y varios países que viven bajo el mismo techo.

Esta peculiar comunidad de consagrados y consagradas nos recibe en la casa que comparten muy cerca de las oficinas del arzobispado de Juba. La forman dos claretianos de Sri Lanka y Estados Unidos, tres religiosas de Nuestra Señora de las Misiones de Vietnam, Myanmar y Kenia, y una religiosa norteamericana de la congregación de Nuestra Señora. Por si fuera poco, al final de nuestro encuentro se une un religioso australiano de las Escuelas Cristianas (Hermanos de La Salle).

Después de contarnos su trabajo en el campo de la educación y de la salud, en el desarrollo agrícola, en favor de la mujer y en la promoción de la justicia y la paz, les comento que parecen felices, y todos a la vez sonríen, confirmando con este gesto generoso y amplio mi apreciación.

Dejo para el final, aunque la lista es más grande y tendrá seguramente una continuación, el botón de muestra de John Webootsa, de 35 años, sacerdote comboniano de Kenia. No está en Juba, donde nos encontramos ahora, pero le conocimos en Nairobi, y volveremos a verle antes de regresar a Madrid. Si tuviera que definirle con un titular, diría: “De vocación, sus slums”. Para quien no lo sepa, los slums son los macro barrios marginales de grandes ciudades africanas, como Nairobi, donde Kibera y Korogocho son los mas conocidos.

John es uno de los tres miembros de la comunidad de inserción que vive precisamente en Korogocho: dos italianos y un africano, es decir, él. Además coordina la red de actividades de las parroquias que trabajan en todos los slums de Nairobi. La realidad de violencia, sida y pobreza es cruda y cruel, pero John es un hombre de fe y de esperanza. Le ofrecieron trabajar en otro sitio, en Perú, donde se formó, pero eligió Nairobi, no porque tenga necesidad de ser profeta en su tierra sino porque desde el comienzo de su vocación vio claro que había sido llamado para trabajar en los slums. Un monstruo, vamos.

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Marcándonos un Waka Waka

Por África González Gómez

Aquí no hay quien se mueva a mediodía, por el pegajoso calor húmedo tropical, por lo que aprovechamos para charlar con el H. Valentin, un comboniano italiano de 88 años que ha pasado más de media vida en Sudán. Fue expulsado en 1964, junto a más de 300 misioneros por el régimen militar de Ibrahim Abboud, que promulga una Ley sobre la Actividad Misionera que supone una auténtica persecución a la actividad misonera. A eso de las 6:00 de la tarde, mi compañero Luis Esteban y yo nos vamos a conocer lo que aquí llaman Juba Town, es decir el casco antiguo, la ciudad controlada por el Gobierno de Jartum durante los largos 20 años de guerra, antes de que, en 5 años, esta ciudad se convirtiera en la capital de Sudán Meridional.

Juba es la sede del Gobierno del Movimiento por la Liberación del Pueblo de Sudán, antigua guerrilla rebelde reconvertida en partido político tras los históricos Acuerdos de Paz de 2005. Ante las inminentes perspectivas de una casi segura secesión, Juba está creciendo por momentos en habitantes, edificios gubernamentales, hoteles y presencia de ONG internacionales como Oxfam International, CAFOOD, la USAID (Organismo para la Cooperación Oficial de Estados Unidos) y la OCHA (la Oficina para la Coordinación de Asuntos Humanitarios de la ONU)…

Podemos observar un montón de edificios a medio construir, bancos, delegaciones de cada uno de los diez estados en que está dividido el sur, viviendas unifamiliares muy nuevas… Pero, a pesar de la imagen de ciudad en pleno crecimiento, también aquí comienza a haber contrastes, adentrándonos un poco por las calles adyacentes a la calle principal, vemos casitas de bambú y sacos, en donde viven en pequeños barrios familias retornadas en busca de un porvenir que todavía no encontraron. Sin embargo, en Juba no hay niños de calle, ni tampoco mendicidad. Eso sí, los militares, policías nacionales, municipales y hombres de seguridad abundan por doquier.¡Qué pena de fotos…!

Una vez cogido el camino de la rivera del Nilo, vemos a un grupo de unos 10 o 12 niños jugando al futbol en un descampado improvisado, eso sí, de césped natural, puesto que es la época de lluvias y la naturaleza verdea exuberante. Todos tienen entre 6 y 10 años. Cuando nos acercamos a saludar sonríen tras el “hello, hi, how are you” y poco más. Aquí los críos y la gente común no sabe casi hablar inglés, saben su lengua local o el árabe. Pero la sonrisa es un talismán universal. Se vuelcan en el partido, se tiran al césped cuando fallan y cuando uno de ellos mete un gol se pone a cantar el Waka Waka. Le sigo, intentando inventarme una letra que no me sé y una melodía que no domino mucho…De repente se quedan todos mirándome, alucinados y estallan en una colectiva y sonora carcajada. Estos críos despreocupados, espontáneos, alegres y llenos de vitalidad fueron el regalo del día más entrañable. Los niños de sur Sudán, con todo el futuro por delante, como esta joven nación que comienza a gestarse, me volvieron a corroborar en mi convicción de que África es el continente del futuro.

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SSS: Novedoso proyecto intercongregacional

África González Gómez

El sábado tuvimos un encuentro con  los misioneros que forman parte del proyecto intercongregacional Solidarity for Southern Sudan (SSS). Nos insisten en que, aunque fue ideado con la preposición “for”, ellos prefieren el “with”. Es un proyecto único en la Iglesia, en donde trabajan codo con codo y conviviendo las cuatro comunidades en donde tiene presencia (Juba, Malakal, Wau, y Yambio) religiosas y religiosos de diferentes congregaciones y procedencias en cuatro ámbitos solicitados por la Iglesia sudanesa a la Unión de superiores y superioras generales. Sus áreas de trabajo son educación, salud, pastoral y agricultura.

En un país (digamos todavía región semiautónoma, hasta que lo decida el pueblo sursudanés el próximo enero de 2011)  donde todo está todo por construir, es fundamental este acompañamiento, esta mano tendida para preparar profesionales, profesores, personal sanitario y líderes comunitarios capaces de acompañar a un pueblo que está falto de todo. Para que os hagáis una idea, según nos cuenta la Hermana Paula, aquí el analfabetismo ronda el 85 por ciento.

Nos encontramos con personas sencillas, alegres, entusiastas, como el H. Alberto, mexicano dicharachero y simpaticón, que ante nuestra presencia se marca una salve Rociera, después de haber cogido confianza, asegurándonos que le encanta España y que tiene muy buenos amigos allí.

O como las hermanas  Yoana, de Miammar, y Rose, de Vietnam. La H. Yoana es experta en masajes, reflexiología y en medicina oriental, y Rose, encargada del área de agricultura, está enseñando nuevos y más nutrientes cultivos como la soja o el sésamo, además de enseñar a la gente cómo cocinar de otra manera sus propios productos como el mango, con el que hace una especie de  lámina seca dulcísima mezclada con sésamo.

También está Joseph Callistus, el coordinador de Sri Lanka, Josephine, hermana keniana, que trabaja en el ámbito de la promoción de la mujer, y la H. Cathy, una enjuta hermana norteamericana especializada en Derechos Humanos que está encargada del área de pastoral y que trabaja sobre todo en educación cívica por la paz y la reconciliación.

Me siento una privilegiada por poder conocer a esta maravillosa buena gente abriendo nuevos caminos de hacer misión.

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Una ciudad sin fotos

Luis E. Larra Lomas

Juba no es Jartum ni El Cairo, pero por aquí también pasa el Nilo, un río talismán que sólo con nombrarlo suscita interés y curiosidad. Lo vimos cuando el avión que nos trasladó desde Nairobi sobrevoló sus aguas, pero había que verlo también con el pie en la orilla. Desde la Casa Provincial de los combonianos hasta el Nilo hay un buen paseo. Lo mejor es hacerlo andando porque eso te permite patear la ciudad y callejear, aunque aquí este verbo seguramente suena como impropio. Nuestro cicerone es Wellington Alves, un comboniano brasileño con mucha marcha (será por su origen), misionero en Old Fangak, un lugar de primera evangelización de la diócesis de Malakal, al norte de Juba.

Wellington, que está de paso en Juba, mi compañera África y yo nos encaminamos hacia el Nilo por calles bien asfaltadas que hasta hace poco habían sido caminos de tierra. La ciudad esta llena de coches, algo inusual hasta 2005, cuando se puso fin a más de dos décadas de guerra. Los “matatus” (transporte colectivo en furgonetas) se prodigan por doquier y hacen sonar la bocina para reclamar la atención de los viandantes. Algunos de éstos son dinkas, otros nuer. Lo sabemos por las marcas en su frente. Unos muestran seis marcas horizontales en la piel y otros el mismo número pero haciendo ángulo en el centro de la frente con el vértice hacia arriba. Wellington nos explica que fue un invento de los ingleses en la época colonial para distinguir a las diferentes etnias, pero que después ellos lo asumieron como rito de iniciación.

La simpatía de nuestro guía improvisado nos permite saludar a varios jóvenes que están junto a los puestos de venta callejeros al saludo árabe-musulmán de “Salam Alecum”, pero su don de gentes no nos permite satisfacer nuestro deseo: hacer fotos del ambiente, de esos dos niños que recogen botellas de plástico en un saco para después venderlas como recipientes para aceite, de esa mujer que lleva en la cabeza a la africana un haz de leña sorteando los coches mientras cruza la carretera, de los puestos del mercado junto a una mezquita donde se vende calzado y alimentos, de los jóvenes que salen a nuestro encuentro ofreciéndonos cambiar dólares por la moneda local con un buen fajo de billetes en la mano, del anciano con los pies hinchados que apoyado en dos muletas de madera casi tan altas como él apenas puede caminar por el suelo insalubre…

Sólo nos atrevemos a sacar nuestras cámaras cuando llegamos al Nilo. Nos hacemos fotos y se las hacemos a un niño que en barca pasa de una orilla a otra, y a dos jóvenes que cruzan el río con moto incluida en una barca similar. Al acercarse éstos a nosotros descubrimos que la idea de salir retratados no les hace mucha gracia. Nos disculpamos como podemos y regresamos a casa por donde habíamos venido, cayendo en la cuenta de nuevo del espectacular cambio que ha experimentado Juba en los últimos cuatro años, según los que aquí están desde entonces. Se nota en el asfaltado de las calles, en el aumento del parque móvil, en las nuevas construcciones, en los numerosos hoteles y en los selectos restaurantes, lo que ha convertido paradójicamente a la capital de Sudán Meridional en una de las ciudades más caras del mundo.

Nada de estos cambios sin embargo se puede fotografiar en este momento. El referéndum que determinará dentro de apenas medio año si el sur de Sudán permanecerá unido al norte o se convertirá en un país independiente está a la vuelta de la esquina y por eso los ánimos están encendidos. Todo fotógrafo que se atreva a hacer una instantánea corre el riesgo de ser detenido y acusado de espía al servicio de los intereses del norte, aunque el objetivo de la foto sea tan noble e inocuo como el nuestro. Lo pude comprobar por la mañana en otra salida más corta cuando al ver jugar a un grupo de hombres debajo de un árbol pedí permiso, después de un rato observándoles, para fotografiar la escena (pensando en un posible titular: “Referéndum en Sudán Meridional: todo a una carta”). Uno de ellos me preguntó con mucha educación sin dejar de atender la partida: “For where” (para dónde), y me fui sin más…

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La primera vez

Por Luis E. Larra Lomas

Siempre hay una primera vez para todo. La mía durmiendo con mosquitera tuvo lugar ayer, fiesta de San Fermín, en Juba, capital de Sudan Meridional. Fue en la Casa Provincial de los Misioneros Combonianos, en una de las habitaciones en las que nos hospedamos los tres viajeros de este periplo que nos ha traído desde Nairobi a una de las zonas donde permaneceremos al menos durante quince días.

Me indica la habitación el Hno Alberto Lamana, comboniano español, que ha ido a recogernos al aeropuerto internacional de Juba, un complejo destartalado y caótico que de internacional tiene sólo el nombre y de aeropuerto una única pista. La habitación es amplia, incluso con baño dentro (una taza de aquella manera y una ducha sin plato), sencilla pero digna: el suelo es de cemento y las paredes necesitan una mano de pintura y algo más…

Mi mirada se clava inmediatamente en la dichosa mosquitera. Ya sé que lo que pueda decir a muchos les puede parecer tópico y manido, pero a mí esta tela blanca con pequeños agujeros me impone. La mosquitera está sujeta por cuatro palos irregulares atados con alambre a las patas de la cama. La gasa está recogida en la parte superior, pero antes de tocarla pregunto a los entendidos, como para decirles que no me han dejado el manual de instrucciones.

El Hno. Antonio, comboniano portugués, me dice (imagino que exagerando un poco) que lo ideal es meter la tela debajo del colchón por tres de los cuatro lados de la cama y una vez que estás dentro hacer lo mismo por el lado que te has metido. Hablo aparte con el Hno. Valentino, comboniano italiano que lleva en Sudán más de 50 años, y me cuenta que él duerme a pelo, sin protección, desde hace muchos años, no por imprudencia sino por convicción: renunció a la mosquitera porque el bicho, por motivos constatables, busca más la sangre africana… Yo pongo cara de circunstancias y me callo.

Al final, llegada la hora de acostarme, hago caso al Hno. Antonio y cierro a cal y canto mi cama, casi precintándola, y ya dentro en pijama de arriba abajo, trato de olvidar el fino manto blanco que me envuelve, repasando lo más chocante de este día: el vuelo Nairobi-Juba contemplando a vista de pájaro el contraste entre la aridez del norte de Kenia y el verdor del sur de Sudán, el frescor a punto de lluvia de Nairobi y el calor húmedo de Juba, el traslado a pie desde la casa de los combonianos a la sede de la emisora Radio Bakhita, la conversación con la directora de la emisora, la Hna. Cecilia, una misionera comboniana mexicana de armas tomar, la cerveza local degustada con ella, mis dos compañeros de viaje, el Hno. Alberto y el obispo auxiliar de Jartum, Mons. Daniel, a orillas del Nilo… Qué más se puede pedir la primera vez en Juba y durmiendo con mosquitera.

PD. Lo dicho, siempre hay una primera vez para todo, también para la selección española en la final del Mundial de Fútbol. Pero para mí en esta ocasión ha sido la segunda vez en mi vida que he sentido pasión por el fútbol y “La Roja”: la primera vez fue hace dos años en Lusaka, capital de Zambia, cuando en otro viaje de Mundo Negro seguimos la final de la Copa de Europa frente a Alemania (como hoy) al grito de “español, español, español”, y la segunda aquí, en Juba, junto a este puñado de buena gente misionera. Y como no hay dos sin tres, estamos esperando que llegue la gran final del domingo: a por ellos, que son holandeses, oé…

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Nairobi, primeras impresiones

Por África González Gómez

Llegamos al aeropuerto internacional Jomo Kenyatta de Nairobi a las 7.00 de la tarde del 5 de julio, después de un agotador viaje, vía Amsterdarm, ¡de casi 13 horas! Allí nos estaba esperando nuestro amigo el Padre Paco Carrera, que nos acompañará en este viaje de trabajo por tierras de Sudán Meridional (Juba, Rumbeck, Girol) y Kenia (Amakuriat, en el norte, en la zona turkana y Nairobi), donde conoceremos de cerca el trabajo que realizan los misioneros combonianos, para dar a conocer a nuestros lectores de MUNDO NEGRO sus desvelos y esperanzas en su quehacer misionero diario.

Hasta el día 7 que salíamos para Juba, nos pudimos dar un garbeo rápido por Nairobi, una ciudad de fuertes contrastes entre la opulencia de la élite política y hombres de negocios que viven en mansiones en barrios residencias en zonas exclusivas de la ciudad y los tristemente famosos «slums», paupérrimos barrios de hojalata en donde sobreviven más de un millón de personas.

En Nairobi el tráfico es infernal. De camino a la casa de los Comboni Brothers, cogiendo una de las grandes arterias que atraviesan la ciudad, la Ngong Road, pudimos comprobar la peculiar manera de conducir de los matatus, las furgonetas locales de transporte público. Todavía estamos admirados de cómo Paco, con más paciencia que un santo, ni se inmuta cuando le hacen alguna «pirula», cuando, de repente sin señalizar con el intermitente, un alocado matatu se incorpora por tu carril… a toda velocidad…y tan ricamente, como diría Luis Esteban. En España más de uno hubiera sacado la cabeza por la ventanilla para descargar su ira y varios improperios mal sonantes… Aquí, se da por sentado que los matatus son los dueños de la carretera, y, al menos el P. Paco se lo toma con filosofía. Admirable.

6 de julio.-

Nos levantamos a las 8:00 y como nuevos, eso sí a las mil y monas, pues aquí, la ciudad comienza su actividad cotidiana a las 6 de la mañana.

Paco nos presenta a su equipo del New People Media Center (NPMC). Una iniciativa de las provincias combonianas de habla anglófona en la que se edita la revista New People, elaboran programas de radio, programas de televisión y realizan la página web. En el Centro, además, realizan prácticas varios jóvenes de la red de parroquias que trabajan en los slums, que se llama Kutoka y que coordina el comboniano keniano Webootsa. Pero todas estas historias, os las contaremos más despacio y con más detalle en la revista MUNDO NEGRO, a partir de septiembre.

John Webootsa vive en una comunidad de inserción en Korogocho, uno de los slums más conocidos, que hace un trabajo de denuncia en las parroquias, a través de la comisión de Justicia y Paz. Interesantísima la conversación que tuvimos con él.

Por la tarde, fuimos a conocer más de cerca el barrio de Kibera, uno de las más famosos barrios de hojalata, en el viven, o malviven, más de un millón de personas. Nos acercamos a un montículo donde se ve el valle de chabolas y se puede observar toda su inmensidad. De momento todavía no nos hemos adentrado en el barrio en sí. Nos cuenta el P. Paco y el P. Antonini, un simpático comboniano italiano, que es el administrador del NPMC, que la inseguridad es uno de los principales problemas, además de la insalubridad debido a la falta de agua potable, la falta de saneamiento, la falta de salidas laborales. Precisamente, debido al alto índice de desempleo juvenil abundan las gangs, las pandillas de jóvenes que imponen su ley de la calle… No es recomendable, por tanto, que un blanco entre en estos barrios sin la compañía de alguien conocido, por lo que dejaremos la visita a los slums para la vuelta de Sudán.

Sin embargo sí que dimos una vuelta por la ciudad, e hicimos algunas fotos panorámicas de Kibera… Elegimos un lugar un tanto pestilente… Enseguida descubrimos que estábamos al lado… ¡de una letrina!

Al cruzar el descampado para hacer las fotos nos paramos a charlar con tres chicas luos que estaban con su pequeña chabola de lata, la más jovencilla, lavando los cacharros en un barreño y las otras dos charlando amistosamente entre ellas. Una de ellas sostenía a un pequeño de un añito que aún no sabía andar. Al acercarme al chiquillo, éste pegó un grito ensordecedor y puso cara de pánico, ¡mientras las dos amigas se partían de risa! Una vez roto el hielo, aprovecho para hacerles unas fotos y les doy las gracias…Y 50 shillings por el «posado». Luego descubrí que 50 shellings son 50 céntimos. Me había quedado un poco corta, pero en fin, había sido un encuentro fugaz con las mujeres africanas y su cotidianeidad, que me trajo a la memoria muchos recuerdos de otros inolvidables viajes a esta maravillosa tierra que me acompaña siempre.

Mañana saldremos hacia Juba, capital de la región semiautónoma de Sudán Meridional.

Mujeres luo en Kibera, Kenia

Dos mujeres luo con un pequeño en el barrio keniano de Kibera

 

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